sábado, 26 de enero de 2013

Por los Simios de los Simios (Segunda parte)

Por los Simios de los Simios
(Segunda parte)



La mañana siguiente lució y las flores que rodeaban la rama del taller se abrieron para saludar al sol. Capitalista no pudo dormir bien, pues se sentía atormentado por lo ocurrido. Pensaba y pensaba. Urdía toda clase de formas de producir más rápido las herramientas. Pensaba en simios trabajando. Centenares de ellos. Pero ¿Dónde los metería? En su rama no había hueco para ningún trabajador más. Pensó en otros gremios y sus métodos de trabajo. Y recordó la faz del enfurecido Capataz, que le asolaba cruelmente por no haber terminado su encargo a tiempo. Se imaginó su trabajo, ordenando a sus simios. Un simio portando herramientas, otro portando resina, otro portando piedra. Uno preparando la resina para aplicarla en la piedra, otro aplicando la resina en la piedra  y otro colocando la piedra.
Sus ojos se encendieron como el sol. Tuvo una excepcional idea. Madrugó y se dirigió a donde otro amigo, Federico Engels. Federico Engels era amigo de Proletariado también, y recientemente había perdido también su rama. No podía ir a trabajar por su condición de desposeído, y al pasar a engrosar la lista de los “sinrama” locales, había caído en la espiral a la que se veían condenados sus semejantes.
-Federico, amigo, tengo una oferta de trabajo para ti.- dijo con entusiasmo fraternal Capitalista.
-¿De…de verdad?- titubeó Engels mientras se removía en el suelo entre los sacos rotos de agricultores que conformaban su lecho.
-Sí. Trabajarás conmigo y con Proletariado en el taller, y te habilitaremos un espacio en la rama. Estaremos apretados, pero al menos no estarás entre sacos de entramado y cordel rotos en el suelo ni alimentándote de  las purulentas e infectas sobras de Westminster y sus perros fieles.- dijo Capitalista enérgicamente.

Se apresuraron a ir al taller, y explicó a sus compañeros la idea que había desarrollado:
-Yo, al ser más experto en forja, me dedicaré a amartillar las puntas y cabezas de las herramientas. Tú, Proletario, serás el encargado de cortar las robustas ramas para generar los mangos de las herramientas, y tú, amigo Federico, tú introducirás esas ramas en los pedazos de metal ya trabajados y amartillarás fuerte la cabeza de la madera para fijar y ensamblar definitivamente las herramientas. Es un trabajo en equipo y produciremos más con el mismo esfuerzo, pero hemos de coordinarnos bien. Eliminaremos tiempos muertos, pues ejerceremos una y otra vez el mismo trabajo de manera mecánica, y no requeriremos de tiempo para cambiar de tarea.- explicó el ingenioso Smith.

-Vaya… Suena genial, Capitalista. ¡Seré el mejor productor de mangos de madera del país!- proclamó enérgicamente Proletario.

Comenzaron a trabajar los tres amigos como se había planeado. Forja, producción de mangos y ensamblaje. Los ruidos derivados de cada una de las tareas se iban solapando, convirtiéndose finalmente en un único sonido. El sonido de la productividad. Capitalista Smith se sentía escuchando el canto de los ángeles. No llevaban ni dos horas de trabajo, cuando ya tenían cubierto el pedido del día siguiente.
Capataz Clark quedó sorprendido con la calidad de su nuevo lote de productos. La sonrisa en la faz de éste alivió la atormentada alma de Capitalista.

-Me equivoqué contigo muchacho… me equivoqué.- dijo con una mano sobre el hombro de Smith.

Pasó el tiempo. Cinco años. Cinco largos años. Mucho había cambiado en el viejo taller. Ahora éste se componía de dos árboles, con tres ramas cada uno. Capitalista ya no vivía en su árbol, se había mudado a un árbol en el centro de la ciudad y había convertido su antiguo hogar en otra parte del taller. Incluso había formado su propia familia. Una mujer y un vástago. Ahora se mezclaba con los antes compañeros y fieles seguidores de Westminster, que iba poco a poco perdiendo sus ramas y su poder, en favor de Adam Capitalista Smith. El colectivo de los dirigentes se había incrementado considerablemente, puesto que todos los antiguos artesanos habían ido abrazando la idea de Capitalista, corriendo como la pólvora la  noticia de que en un taller el trabajo era especializado y esto aumentaba la productividad, ergo, también los ingresos de este artesano. El dinero se movía de forma espectacular. Cuanto más se ganaba, más se invertía en más trabajadores y más materia prima. La propiedad privada se repartía más, surgiendo nuevos personajes con árboles en propiedad. Éstos no eran de la calaña de terrateniente. Se hicieron llamar “Industriales” o “Capitalistas”, en honor al genio y artífice de todo aquel movimiento. Nuevos nobles. Dorados adalides del trabajo. Jactanciosos ellos, transformaron sus viejos y ajados calcetines en nuevas y lustrosas calzas, sus desgastadas botas en brillantes zapatos, y sus ropajes cambiaron de un sobrio y frío matiz grisáceo a unos colores más alegres que les hacían parecer más importantes. Sus delgados pero fornidos cuerpos de trabajadores y laboriosos artesanos habían tornado en panzudos y saludables. Todos eran ahora gestores de sus negocios. Notables.

-Un brindis por Capitalista Smith, ya que gracias a él, todo discurre como debe, y hemos roto los grilletes de las rentas de Terrateniente. ¡Por Capitalista!- proclamó enérgicamente uno de los notables simios asistentes a la reunión anual de industriales.
-¡Por Capitalista!- respondieron treinta voces al unísono, entre ellas la del propio Capitalista.
-Amigos, compañeros, notables simios todos. Agradezco el calor y apoyo recibido por todos vosotros, y he de transmitiros mi entusiasmo al ver todo lo logrado. Somos libres. Al fin podemos disfrutar de una vida digna, no mirar con miedo al final de mes, no sufrir por las rentas. Los trabajadores tienen hogares sin pagar una renta excesiva, y quien trabaja y quien produce es quien al fin puede decidir por lo que atañe a todos nuestros queridos compatriotas.- afirmó henchido de orgullo Capitalista- ¿Acaso alguien podría imaginar un mundo más feliz y perfecto?

Bien cierto era que Capitalista hacía cerca de dos años que no se acercaba a sus talleres ni a las viviendas de sus trabajadores y había delegado todo su trabajo, dedicándose única y exclusivamente a la parte comercial y administrativa. Smith había pasado de hacer inventario, comprobar las producciones y condiciones de sus trabajadores, a trabajar con libros de cuentas, hablar con otros industriales y firmar pactos y alianzas para poder seguir generando dinero que invertir en sus medios de producción. Por ello, Capitalista no conocía las complicadas y duras condiciones en las que vivían sus trabajadores, y entre ellos, sus amigos Proletario Marx y Federico Engels, que pese a ser coordinadores de los trabajadores y de la plantilla, tenían que trabajar igualmente en sus mismos puestos de antaño y vivir en los barracones habilitados para los trabajadores.
Hacinamiento, escasa calidad en la comida y una raída ropa vieja y que no quitaba el frío totalmente en invierno contrastaba con los bellos y cálidos ropajes y todos los lujos de los que disfrutaba Capitalista. La dura situación entre los trabajadores propició el pasó de una etapa dorada de crecimiento al progresivo incremento de la tasa de mortalidad y enfermedades. El descontento entre los trabajadores, que veían que su vida finalizaba donde finalizaba la jornada laboral, y que su vida comenzaba con el nuevo comienzo de esta, fue en franco aumento. Estos hablaban en el bar donde descansaban para comer, en los barracones, en las colas esperando al salario, en la clandestinidad del excusado cuando se cruzaban dos de estos simios.
Proletario y Federico también hablaban. Eran simios ávidos y expertos ya en este mundo. El resto de simios, en su mayoría, eran jóvenes y poco vividos, puesto que los más mayores ya habían muerto debido a las duras condiciones de esa vida. Marx y Engels parlamentaban en el bar, durante los descansos para comer, acerca del radical cambio de la vida en aquellos talleres. Rememoraban las épocas en las que se codeaban con Capitalista y su maravillosa relación inicial. Primero hablaban en la clandestinidad, en la sombra. Posteriormente, sus charlas eran públicas, y cualquier simio que estuviera en el bar llenaba sus oídos y su mente de grandes palabras acerca de “la clase trabajadora”, o “proletaria”, en honor al que consideraban creador de esa “conciencia de clase”, Proletario Marx, “conciencia social”, “bien común”… y otras que llenaban de esperanza los corazones de los trabajadores, mientras el rancho diario llenaba de comida sus estómagos. Las charlas solían acabar con aplausos y gritos de júbilo por parte de los trabajadores expectantes a la vez que el agudo y afilado sonido del pitido para volver al trabajo.

Los trabajadores desarrollaron todo un mundo entorno a esas charlas y a esas ideas. De esa idea de “conciencia social” nacieron los denominados “Socialistas”, identidad que recorrió velozmente toda la “clase proletaria”. Las conversaciones entre los dos iconos de los trabajadores se volvieron cada vez más duras y violentas hacia Capitalista y  “los suyos”. En numerosas ocasiones alzaban sus puños en el aire Marx y Engels para enfatizar su enojo, y los trabajadores, imitando el ejemplo y a modo de saludo entre compañeros, alzaban su puño izquierdo, puesto que, al ser diestros la mayoría, con la derecha seguían sujetando la herramienta de trabajo. Pronto se extendió el trato entre compañeros como “camaradas”, tal y como se consideraban los compañeros de armas, viéndose todos parte de una lucha común.

(Continuará)

Josu Ochoa Gonzalez


¡Salud Y República!

viernes, 11 de enero de 2013

Por los Simios de los Simios (Primera parte)

Por los Simios de los Simios
(Primera parte)

Antes de entrar en materia…
Querido lector. Sí, usted. No empiece a leer el texto si no puede abstraerse cómo es debido.
Para empezar, relájese. Vaya a la cocina, al bar, a cualquier establecimiento de consumibles. Sírvase una copa de vino o cualquier consumible líquido de su agrado. Puede acompañarlo de algún sólido, si gusta. Prepárese para imaginar y viajar. Para viajar en el tiempo y en el espacio. Para volar.
Vaya a un espejo, mírese. Sí, obsérvese en detalle. Sus manos, su cálida y suave piel, sus labios, sus ojos, su cabello, su bello facial, si tiene. Explórese breve y superficialmente. Recuerde el leve tacto de su piel con su ropaje o del agua, de temperatura al gusto, de la ducha cayendo y rozando su piel. Ahora imagínese en el siglo XIX, en una pequeña casa en lo alto de un árbol, su piel cubierta de un frondoso y oscuro pelaje. Imagínese como a un simio de bien, con su típico atuendo de acomodado, de trabajador, o de artesano del ya mentado siglo, e intégrese en la historia. Siéntase libre de pasear por el mundo que dejo a su disposición, beba, cante, ría, llore, sienta y disfrute de los placeres que desee; Paga la casa. Peléese en un bar con otros simios o tenga una noche loca con una persona desconocida. Usted sólo tiene que imaginar, y con eso queda saldada a cuenta.

Una vez preparado el viaje, adéntrese en este mundo.En una lejana tierra, poblada toda ella por unos avanzados y altamente educados simios, vivía Adam Capitalista Smith. Capitalista era un simio de gran inteligencia y elevadas capacidades, hábil en las artes manuales y muy trabajador. Pero sobre todo, era un simio ávido y despierto.
Cómo su padre, y el padre de su padre, Capitalista era productor de herramientas agropecuarias, trabajo que desempeñaba con gran afán. Sin embargo, él no se veía un mero trabajador, si no que se veía parte del engranaje que movía todo el microcosmos que habían creado los suyos durante siglos, regocijándose y jactándose de la magnificencia de su especie.
-Yo produzco herramientas, Campesino Smith, mi primo, me compra herramientas para producir alimento. Con lo obtenido de mi primo, pago a Terrateniente Westminster, por el alquiler del árbol, y con lo que obtiene mi primo de mi compra de alimento, hace lo propio. De manera, que Terrateniente compra alimento a Campesino también.- dijo Capitalista a su amigo Proletario Marx.
-¡Vaya, pues tu primo será rico!- dijo asombrado el joven Proletario.
-No seas ingenuo Proletario. La renta de los árboles es elevada, y el precio de su mercancía no lo es tanto, de manera que vive modestamente.- su expresión tornó en desagrado, comprimiendo su cara al fruncir el ceño, arrugando la piel de la frente- El que es rico es Terrateniente. Sus rentas son cada vez más elevadas, obligando a Campesino a producir más, abaratar algo el precio de la mercancía, y pasar por más mercados, trabajando sin descanso de sol a sol para poder generar el suficiente dinero como para pagar a Terrateniente, y obligándome a mi a producir más y trabajar más para pagar también mi renta, con la suerte de que mis herramientas son consumidas por mi primo, que gracias a su necesidad de aumentar la producción, desgasta más herramienta y requiere de más material.- explicó Capitalista con recelo y cual académico a su amigo.

Terrateniente Westminster era un distinguido miembro de la simiesca comunidad, que donaba auténticas fortunas a toda clase de obras, gracias a las que se ganaba el apoyo de los pobres que dependían de él y trabajaban sin descanso para generar más riquezas para él, y de paso ganarse el apoyo de otros distinguidos simios, que lo elegirían de nuevo Simio Supremo, gobernando el país como si de sus alforjas o el espléndido árbol en el que moraba se tratara, y legislando en pos de su beneficio. Esto era visto como algo horrible por Capitalista, que ardía de ira cada vez que lo veía, orgulloso, en su carro tirado por cuatro “simios sin pelo”, una estúpida y baja subespecie de simio sin ningún vestigio de inteligencia, recorriendo la vía y saludando con la mano a los transeúntes, que lo vitoreaban y agradecían su presencia enardecidamente.  “Tristes bobalicones” pensaba Capitalista cada vez que observaba la escena.

Mientras terminaba de trabajar el último encargo de su primo, una azada, el crepitar de las ramas de su comercio le sobresaltó. ¿Quién podía acudir cuando ya había oscurecido a su comercio?
-Hola Capitalista, necesito ayuda.- dijo aceleradamente el joven Proletario Marx.- He perdido mi vivienda, me han desahuciado. Me han echado de mi rama.
-¿Qué ha ocurrido? – cuestionó con interés y alarma Capitalista.
-Ese desalmado de Terrateniente ha elevado tanto la renta de mi rama que no he podido pagar. Y ahora…- no pudo terminar el joven, que se echo a llorar.
-Tranquilo… No pasa nada, ya sabes que yo estoy para ayudarte.- dijo Capitalista con el corazón encogido y tratando de consolar a su amigo- Puedes quedarte aquí conmigo, en mi árbol.- ofreció fraternalmente Capitalista a su amigo.
-¿De verdad?- preguntó entre llantos y sollozos a Marx a su amigo.
-Desde luego.- respondió Smith de forma protectora.

La vivienda de Capitalista Smith era un pequeño pero robusto árbol de dos ramas. En una, la más baja, se encontraba el comercio, y en la más alta la vivienda. Nadie, salvo Terrateniente Westminster y su camarilla de simios poseía en propiedad árboles. Al igual que sus padres. Y los padres de sus padres. Y así seguiría siendo. Por los simios de los simios. 
Se desperezó el día y se alzó tímidamente el sol, mientras una tosca voz llamó la atención de Capitalista.
-¡Primo, he “venío” a por el encargo!- espetó violentamente su primo, Campesino Smith.
-¡Buenos días primo! ¡Sube y toma una taza de té!- ofrecimiento que aceptó Campesino trepando por el leve ramaje que servía de escalinata.
Un fraternal abrazo de camaradería sirvió de saludo antes de verse con una taza de té tallada en madera y expulsando humo sobre una improvisada mesa realizada con corteza de árbol.
-Vaya compañía te has “echao”. ¿Qué tal te trata la vida, rufián?- preguntó con tono burlón Campesino.
- Al que han echado ha sido a mí, de mi rama. Con el trabajo en la minería no da para pagar las elevadas rentas de ese dichoso de Westminster.- Marx, con tristeza.
-Mientras no tenga nada mejor se quedará aquí, y trabajará para mi en el taller. Además, he pensado en ampliar mi mercado. Sé que la minería requiere de herramienta también, y es posible que sea un negocio muy lucrativo.- dijo en tono especulativo Capitalista.
-¡Quién mucho abarca poco aprieta, primo! No lo olvides.- valoró precavidamente Campesino.
-No te preocupes primo, no será problema. Con la ayuda de Proletario, podré cubrir todos los pedidos, y tendré de sobra para pagar a esa alimaña de Terrateniente.- espetó con furia y desprecio Capitalista.
-Espero que sepas lo que haces…- dijo sin demasiado convencimiento el agricultor.

Esa misma mañana le explicó Capitalista a Proletario cómo se trabaja el metal, que hasta recientemente extraía él mismo en la mina, y con gran maña comenzó a trabajarlo, puesto que ya había visto a su amigo hacerlo muchas veces.

Las cosas fueron bien. Cubrían sin ningún problema los pedidos, y obtenían un buen beneficio tras haber pagado los materiales y la renta. Sí señor, les iba genial. Disfrutaban de ciertos placeres que les podía ofrecer su situación económica, como el degustar un buen zumo de bayas de vez en cuando o tomar pastas de banana con el té del desayuno.
Aumentaron de tal manera, y abarcaron tantos campos finalmente, como el de las herramientas de obra para reformar los árboles y las ramas de los mismos, que terminaron por requerir de un gran esfuerzo. Era la primera vez que Capitalista se veía sin poder finalizar un trabajo a tiempo.
-Toca pedir disculpas y explicar que necesitamos un día más para finalizar un encargo. En veinte años de negocio, nunca he atrasado un encargo. Nunca…- dijo desolado el competente Smith.
-No te apures amigo, seguro que lo entienden.- dijo el joven e ingenuo Marx tratando de consolar a su amigo.

El rapapolvo fue tremendo. Capitalista Smith tuvo que agachar la cabeza y explicar a Capataz Clark que no podría terminar sus herramientas a tiempo por la acumulación de trabajo. Capataz lo tachó de “vago”, “falso rastrero” y “falto de palabra”. El orgullo de Smith se sintió tan tremendamente herido y se sintió tan avergonzado, que para no perder su fidelidad como cliente le regaló el lote de herramientas producidas y se arrastró suplicando su perdón y prometiendo que no volvería a ocurrir.
Ese día Capitalista estuvo mudo. No dirigió una sola palabra con su compañero y amigo Proletario Marx.

(Continuará)



Josu Ochoa Gonzalez

¡Salud Y República!

miércoles, 6 de junio de 2012

Camino de la locura


Camino de la locura
Desde luego, no aprendemos. Vivimos en la época del costumbrismo y la indefensión adquirida. Tragamos a gusto todo cuanto nos quieran dar siempre y cuando podamos vivir bien un día más, sin percatarnos de que la desdicha está acariciando el pomo de nuestra puerta, y no necesita llamar al timbre, tiene todas las llaves, todas las claves.
Paro, desahucios, indigencia, pobreza… Escenas que se repiten día tras día. Antes esas cosas nos sonaban a lejanas y ajenas a nosotros. Ahora nos asalta en la calle, en el trabajo, en la escalera e incluso dentro de nuestra propia casa en algunos casos. ¿Hacia donde vamos? Estamos tomando un camino que solo beneficia a un grupo reducido de personas, mientras que cada mes se destruyen más y más empleos, familias. Personas. Cada vez hay más pobreza y no dejamos de soportar que los “bocachanclas” que aparecen en ciertos programas de televisión sigan ganando dinero a costa de nada. Pero ahí nos tienen, como diría Nietzsche, “Ecce Homo”, “He aquí el hombre”; nos preocupa entre poco y nada lo que le ocurra al prójimo, del que dependemos a fin de cuentas, siempre y cuando nosotros vivamos bien. Y luego vienen las quejas acerca de los políticos. “Los políticos son unos incompetentes”. Sin estar del todo en desacuerdo, mis queridos y absurdos simios, es vuestra culpa. Sí, señoras y señores, su culpa. Si todos se creen tan capaces para emitir una decisión directa, se creen con tanto criterio, ¿Por qué no se plantan, se organizan y exponen, de manera formal, al gobierno: “Disculpen, nosotros podemos”? Sin duda, es por comodidad. Es más sencillo criticar el trabajo ajeno que hacerlo uno mismo.

Claramente, no hablamos acerca de arreglar un grifo de ducha ni de colocar baldosas en el suelo de nuestra cocina, si no de dirigir entre todos un país. Es decir, el estado para quienes lo sustentan.  ¿No es la nación la base del estado? La nación nos comprende a todos como ciudadanos, y teóricamente, el estado nos protege. Protege nuestro bienestar, nuestros derechos. Los de la totalidad de la nación. Y delegamos el poder de garantizar nuestras vidas. ¿Es el sistema representativo el más adecuado? Sí un gobierno representa la voluntad de sus ciudadanos, tendría lógica que contara con ellos para ejecutar cualquier decisión, y no la interprete.
Del sistema de gobierno representativo al interpretativo hay un paso. ¿Quién habría votado a favor de la reforma laboral?

Nunca dejamos de ser esclavos. Nunca. Si no lo somos de un señor con uniforme que se proclama caudillo tras una guerra, de un grupo de señoras y señores que se sientan en una mesa a decidir nuestro futuro y aprobar leyes o de un grupo de damas y caballeros, más caballeros que damas, adinerados que legislan fuera del mundo institucional, dominando este, sobre nuestro futuro en cuestión de recursos económicos, lo somos de un igual o de nosotros mismos y nuestras propias necesidades. Somos sujetos sociales inmersos en un fluido. No hablo del aire; hablo de la naturaleza humana. Al parecer se encuentra grabado en nuestro ser a fuego, acero, y mucha sangre ya en la historia, la necesidad del humano de avanzar y “evolucionar”, de alcanzar nuevos horizontes. Si bien han cambiado nuestras herramientas y nuestros métodos, el objetivo siempre es el mismo: la dominación. El modus operandi del ser humano en materia de dominación ha cambiado de un rudimentario palo tallado a un McDonalds o un móvil inteligente, pasando por las armas de fuego y las bombas atómicas. Parece una chanza, pero es cierto. Cuando más infalibles y libres nos sentimos por la autonomía ofrecida por aparatitos electrónicos y por tener cada dos pasos un restaurante de comida rápida, del que un servidor es fiel devoto, más esclavos somos de esas necesidades.
Cuando algo nuevo hace la vida más cómoda ofrece un servicio excepcional y se nos presenta como una herramienta excepcional. Por el carácter informativo y divulgativo de la tele, este ha sido el gran invento del siglo XX. Pero como no hay herramientas malas, si no personas malas en posesión de esas herramientas, la pólvora no es solo para fuegos de artificio, la televisión no es para educarnos y conocer nuestro entorno y sus entresijos más atractivos y trascendentes y los móviles inteligentes no son la herramienta de la vida moderna que nos permite conocer de manera correcta nada. El humano no es un ser funcional. A los dioses les fue robado el fuego y entregado a los humanos, los dioses les entregaron la razón, les enseñaron a hacer la guerra y hasta les dieron la capacidad de dudar de los dioses, a los que mataron hace siglos. Y con todo el conocimiento adquirido, con todo lo aprendido y con todo el transcurso humano, en el que ojalá hubieran intercedido unos dioses o unos seres omnipotentes que custodiaran el orden, he aquí el hombre de nuevo, se las ingenió para dar al traste con todos esos bellos planes que la naturaleza tenía para nosotros. Las armas, que en vez de servir para hacer una guerra entre guerreros, hoy en día sirve para exterminar a pobres civiles sin culpa. Otro modo de dominación; no basta con eliminar al ejército, si quieres manejarlos a tu antojo, elimina a sus civiles. ¿Quién trabajará y levantará las fábricas tras la guerra? Se verán sometidos a tu influencia eternamente. La televisión, que lejos de informar, deforma y nos ofrece una bien mascada cantidad de deshecho informativo para hacernos la vida más sencilla y evitarnos problemas pensando, no vayamos a cometer el error de darle a la neurona y vayamos a acabar con la cómoda vida de los “Señores de la información”, que prefieren presentarnos un excepcional fenómeno televisivo musculado o con unos generosos y retocados senos como ejemplo de educación y acercamiento de la cultura al ser humano. Y los móviles inteligentes, que cada vez admiten más aplicaciones y zarandajas inútiles que llenan nuestra vida de nada. NADA. Desde redes sociales a una mascota virtual, pasando por el indispensable mechero en la pantalla. Ojo, es de la marca Zippo, no se admiten imitaciones.

Los dioses murieron. No empleamos la guerra contra ellos, empleamos la razón, y en vez de utilizar esa razón para avanzar y convertirnos en dioses, nombramos otros. La democracia celestial. Tienen más poderlos productores de toda la basura que hace que la vida hieda a incultura e insensatez que los elegidos “democráticamente”, aspecto de nuestro sistema que lapidaré en otra ocasión.
Y una vez dicho todo esto, voy a mi altar de 42 pulgadas a disfrutar de un poco basura deformada, ya que empiezo a sentir nauseas y calambres sin ver a esos anabolizados pontífices de lo absurdo, portadores de luz de neón y alerones traseros además de algunas ETS, hablar sobre nada y hacerme ver que es más fácil no saber nada, que no saber lo suficiente como para escapar. Me siento en el camino a la locura.

SALUD Y REPÚBLICA
Fdo.: Josu Ochoa González

miércoles, 7 de marzo de 2012

Alguien pensó sobre el nido del simio


Alguien pensó sobre el nido del simio
Hallábase en un árbol un clan de simios. Compartían, como civilizados seres, todos sus bienes, sus sentimientos, sus vidas. Todos unidos y en paz. Todos iguales. O casi todos. El simio más anciano, y el más sabio a su vez, Salomón, vivía en la copa del árbol, y en su haber varias ramas en las que moraba, meditando.
Dos simios, amigos, Con y Sin, disfrutaban de una agradable tarde conversando acerca de lo maravilloso que era vivir en el árbol, junto a sus compañeros, con los que llevaban jugando y trabajando desde pequeños, con las hembras con las que fornicaban desde que alcanzaron la madurez sexual y con la libertad de caminar por todas las ramas del árbol sin ningún tipo de impedimento, pudiendo disfrutar de la luz solar durante las horas de luz, las bellas puestas de sol, la techumbre y el cobijo de las zonas de ramaje más espeso en caso de lluvia. Sin embargo, y como era evidente, no podían disfrutar siempre todos de los espacios mas ventajosos, ya que no cabían todos concentrados en esas zonas, con lo que  se estableció, a recomendación del simio más sabio, morador de las alturas, un sistema de rotación en el derecho de establecerse en esas zonas por un día.
-Oh, que bella luz radia el sol, que baña nuestra piel y nos da calor. Si bien es triste que no podamos disfrutar de algo tan magnifico todos a la vez.- dijo apenado Sin.
-Sí… Supongo que es triste.- respondió Con sin demasiado entusiasmo.
-Claro que lo es. Todos deberíamos poder acceder a todo cuanto estuviera a nuestro alcance.- afirmó convencido Sin, tratando de convencerle.
-¿Nunca has pensado en no dejar estos lugares? Digo, para disfrutar siempre de la comodidad y las ventajas de estos sitios. Olvidar el sistema de rotación.- Con un tanto irritado.
-No, la verdad es que no. ¿Y el resto de nuestros compañeros? ¿Qué sería de su derecho al usufructo de estas zonas? ¿Y su bienestar? ¿Acaso no es importante?- preguntó Sin, confuso por la postura de su compañero- A fin de cuentas, todo es de todos. ¿Duermes siempre sobre la misma rama? ¿Comes siempre del mismo árbol frutal, y la misma cantidad? ¿Te acuestas siempre con la misma hembra? Y ellas, ¿Se acuestan siempre contigo?
En silencio y meditabundo, Con observaba el infinito con una mueca de claro malestar ante los comentarios de su compañero, que sonaban a reproche y le hacían sentirse mezquino, pese a tener arraigado en lo más profundo de su corazón el convencimiento de que no estaba equivocado, pues desde pequeño había sido criado para concebir el mundo tal y como su amigo pregonaba.
-Sí… Tienes razón. Lo siento Sin.- se disculpó en tanto alzaba su piña cortada por la mitad y bebía un buen trago de zumo de bayas, elaborado todo por el grupo de simios dedicados a la recogida de frutos, gremio al que pertenecían ambos.
Cuando la puesta de sol hubo terminado y todos los simios, machos y hembras, se hubieron juntado para disfrutar de su dosis diaria de ocio erótico, el clan entero se dispuso a dormir acunado y arrullado por el leve y cálido viento que acariciaba las ramas y silbaba entre las pequeñas nuevas hojas que crecían en estas. Mientras el resto dormían, a Con le costaba conciliar el sueño. Se sentía sujeto a algo que no podía comprender. ¿Por qué no podía él quedarse de forma permanente en una zona soleada y con espesura para disfrutar de la luz solar o evitar la lluvia y el frío? Y, ¿Por qué el resto de simios creían en ese mequetrefe atrofiado por los años que moraba en las alturas y que no era quien para dictar la forma en que debía vivir? Se revolvía en su lecho natural mientras, en el más oscuro poso de su ser, sembraba la semilla del odio contra el resto del clan. Y sobre todo, por encima de todo, contra su amigo Sin, fiel seguidor de Salomón. Amigo y compañero suyo también.
A la mañana siguiente Con se decidió. Se despertó antes que nadie, cosa sencilla ya que no llegó a dormir del todo, y ocupó el mismo espacio en el que mantuvo la conversación con su amigo.
-Disculpa compañero, creo que  te has equivocado de rama o de día. Hoy me tocaba el disfrute del punto caliente para disfrutar del sol. Lo siento compañero…- dijo educadamente Luk, tratando de emplear un tono sin malicia alguna.- ¿Me cederías el espacio?
Con se recostó y se extendió cuan largo y ancho era, rozando su tupido pelaje contra la corteza del árbol.
-Perdona…
-No pienso moverme.- sentención Con.
-¿Cómo?- abandonó su tono cortés, sonando más confuso y tenso.- El sistema de rotación… dice…- balbució titubeante Luk, claramente cohibido ante la categórica negación de su compañero.
-Me quedo en esta rama, y no obedezco al sistema de rotación. Esta rama es MÍA.- dijo tajante- Echadme a ese palurdo viejo y ajado de la copa si quieres. Tendréis que moverme entre todos para echarme.
-¿”Mía”? ¿M…I...A?- pensaba confuso en voz alta Luk, que no comprendía la palabra, pues no existía hasta el momento tal palabra.- ¿Qué significa “Mía”?
-Significa que “me pertenece”. Para siempre. Y su disfrute también. Sin remisión, salvo que yo quiera abandonarla.- dijo mientras se levantaba de forma amenazadora- Y ahora, ¡Fuera de MI rama!- gritó alertando al resto de simios que se acercaron a contemplar la escena, temiendo un ataque de algún animal, ya que nunca dos simios se habían enfrentado entre sí.
-¿Qué ocurre aquí? ¿Hay algún problema? ¿Alguien herido?- preguntó ansioso a la par que nervioso Sin, que escuchó los gritos.
-¡Con! ¡Con dice que la rama es “Mía”! ¡Y dice que eso significa que le pertenece y que solo él puede disfrutar de la rama!- espetó Luk claramente ansioso.
-Con, ¿Qué significa esto?- preguntó Sin indignado.
-Ya te lo ha dicho Luk; esta rama es mía.- respondió algo más calmado mientras volvía a sentarse.
-Con, esto no puede ser. ¿No recuerdas los preceptos de Salomón? “Todos debemos disfrutar de todo” y “Todos vivimos para todos”.- trató de convencerle Sin, en vano.
- ¡No estoy de acuerdo! ¡Odio –palabra que no comprendieron, puesto que la inventó Con en sus introspecciones nocturnas -todo lo que dice ese fantoche, y os odio a todos! ¡Odio el colectivo!- tronó el simio, lleno rabia, cuando se levantaba de un salto.
-¿Quién osa perturbar la paz de este clan?
La profunda voz resonó en cada uno de los recovecos del lugar, ahuyentando a cualquier alimaña que morara por los alrededores. Era él. El morador de las alturas, Salomón. Hacía más de dos años que no bajaba, desde la última previsión trienal.
-¿Qué ocurre aquí, Sin? ¿Qué es esta algarabía? – preguntó con voz trémula el anciano simio.
-Esta rama es mía, y no pienso cedérsela a nadie. Es mía, ¿Entiendes viejo? ¡Sólo mía!
-¿Qué significa eso de “Mía”?- preguntó Salomón y carraspeo para aclarar su voz.
-¡Significa que no quiero seguir siendo parte de este clan ni de su estúpido sistema de rotación, ni del disfrute colectivo, ni de nada en absoluto!- explicó a gritos Con, que comenzaba a alzarse sobre sus patas posteriores, mostrando erguido todo su poderío físico, digno del mejor recolector de frutos.
Se acercó lento y casi serpenteante hasta el anciano, que lo observaba con severa expresión, tratando de mostrar su entereza.
-Si no abandonas mi rama, acabaré contigo. No te quepa ninguna duda.- su tenebrosa voz pareció empapar a todos. El aire se volvió más denso y parecía que todo el entorno se detenía, como si el árbol y sus extremidades mismas quisieran ser parte de tal efeméride. Era la primera vez que un simio amenazaba a otro, y la primera vez que un simio se creía en posesión de algo.
-No te atreverás a hacerme nada. Nunca un simio ha empleado su fuerza en atacar a otro simio. Nunca.- culminó el sabio, dándose cuenta de que Con no estaba dispuesto a abandonar la rama, y posiblemente le lanzara al suelo.
Calculó la larga distancia que los separaba del suelo. Treinta, tal vez treinta y cinco metros. Mortal seguramente, y más para un anciano con la integridad estructural ósea de una tierna baya de matorral.
-Creo que podemos solucionar esto. Recuerda, “Conversar es razonar”.
-Eso funciona en tu caso y en el de estos mentecatos, acondicionados y sujetos a las mismas normas porque no sabéis como actuar solos.- le reprochó el joven al viejo con tono altivo.- Pero dime, ¿Estarías dispuesto a abandonar tu lecho de las alturas, cómodo, cálido y soleado, para dejárselo a cualquier otro simio en caso de necesidad?
El rostro del anciano se retorció en una mueca de terror, y, por un momento, en su interior hirvió con furia la sangre, que parecía querer salir de su cuerpo. El joven Con había dado en el clavo. A él se le concedía vivir en la copa del árbol solo por su colaboración al resto de simios, siendo considerado toda una institución, gracias a su sabiduría. Pero, ¿Permitiría el en caso de necesidad que otros simios se adentraran y se instalaran en ese espacio? ¿Abandonaría su disfrute y su comodidad por otro simio?
Mientras Salomón sentía ese debate interno y parecía mantener una encarnizada y brutal lucha entre la privacidad del espacio “legitimo” de cada uno y el disfrute colectivo, el resto de los simios empezaron a sentir en su interior algo que nunca habían sentido.
- Con, al fin me he quitado un peso de encima.- dijo Luk de una forma más distendida, interrumpiendo la densa y prácticamente solida muralla en la que se había convertido la pausa tras la disyuntiva formulada por Con al viejo.- Creía que era el único que pensaba así. ¡Ya pensaba yo que me iba a pasar el resto de mi triste existencia fustigándome por no encajar en el ideario del colectivo!- y rompió a reír a carcajadas mientras se acercaba a Con y le daba una palmada en la espalda.
El resto de simios comenzaron a relamerse, como si todos hubieran pensado al mismo tiempo lo mismo, pero siempre hubieran tenido miedo de expresarlo, por miedo a verse sometidos a un destierro, o lo que es peor, a una exclusión del colectivo. Si ser desterrado es terrible, aún más terrible es que tus propios compañeros, ante tus narices, te ignoren o te den la espalda. El colectivo puede hacer desaparecer un elemento simplemente ignorándolo. Obviándolo.
- Que bien, que placer, que desahogo. Me daba muchísimo miedo expresar lo mismo. Es tan bello poder disfrutar de un cómodo lecho cada noche; poder disfrutar del sol y del cobijo de la lluvia siempre que lo necesite… Tener mi propio espacio y acondicionarlo a mi manera.- expuso con entusiasmo Sin, mostrando su verdadera naturaleza, al igual que fueron haciendo sus compañeros del clan, descubriéndose todos afines a Con. Incluido el anciano, que tímidamente admitió tener la misma convicción, aunque creyendo que todos podrían vivir en paz propuso una forma en la que todos disfrutasen en algún momento, sin ninguna condición más que la de pertenecer al clan, del bienestar del cobijo o el buen tiempo.
-Bueno, ¿Y ahora, que deberíamos hacer, compañeros?- preguntó Sin.
-Está claro,- respondió rápidamente Con- ¡Cada quien que se apropie de un espacio!
Todos los simios, con la única promesa de una buena rama, salieron corriendo en todas direcciones. Sobre otros simios, rodeando a otros simios o incluso bajo ellos. Un elemento común que había unido al clan en la misma visión acerca de una gestión, algo que debería unirles, provocaba un caos absoluto. Algunos sujetos cayeron, viendo su final acercarse, y lamentándose. No lamentándose por morir, por desaparecer, por no poder disfrutar mas de la vida y sus frutos. Ni la compañía de las hembras o los machos en los momentos de mayor apetito sexual ni el zumo de bayas en las piñas. Nada de eso. Lo que angustiaba a estos seres era la certeza de que ellos ya no podrían conseguir la rama que pertenecería a otros.
El anciano, todo lo raudo y veloz que su osamenta y su musculatura le permitían, se dirigió a la copa del árbol a defender el territorio que legítimamente le había sido concedido. Sin embargo, otros simios se habían apropiado ya de la zona. Bajo el pasaron  un grupo de jóvenes simios que sacudieron las ramas adyacentes, haciendo desequilibrarse a Salomón. Este cayó, llorando, bañando con sus lágrimas cada centímetro que le separaba del ramaje. Las lágrimas de este, en cambio, no eran de angustia ni dolor. Eran de tranquilidad. Puede que finalmente si hubiera cierta sabiduría en él. El instante antes de convertirse en una masa de carne inerte, carente ya de forma a causa del impacto contra el suelo, sintió que otra vez experimentaba algo nuevo. Se sentía libre. Libertad. No sufriría envidia, ansia por poseer más. No más de lo que se tiene, si no que más que otro. No le maltratarían día a día los picotazos de esa sensación tan molesta de ser menos que un congénere. Ni las embestidas de la cruda realidad; era un simio mayor, y no podría acceder a un ramaje digno. Aquello rompía las normas del colectivismo, y se convertía el individuo en el sujeto supremo. Individualismo. ¿Quién le ayudaría cuando fuera un simio sin cobijo? Un sin-rama, a merced del frío, la lluvia y los depredadores que le acecharían durante la noche para devorarlo sin piedad. No, él no pasaría por ello. Esa noche unos simios de otro clan mucho menos avanzado y menos adaptado, que aún no habían descubierto como emplear herramientas talladas de piedra, a desarrollar un idioma, ni a cultivar los árboles frutales a su alrededor, a pesar de caminar sobre sus dos patas traseras, -cosa que nunca alcanzó nuestro querido clan- se alimentarían de su carroña.

Horas más tarde, en virtud de la “posesión” de mayor (como él lo llamó) “legítimo patrimonio”, se erigió como nuevo sabio Con. Este nombró a otros dos “Vicesabios”, también en función de su “legítimo patrimonio”, para solventar los asuntos y roces que pudiera el recién descubierto concepto de (como él lo llamó) “propiedad privada” generar, en busca de un afianzamiento de este sistema, ya que se habían generado varios muertos a causa de disputas “interramales”.

Con, su sistema y el resto del clan, murieron pocos meses más tarde. Comenzaron muriendo los que no alcanzaron rama, o los “sin-rama”, a causa del frío y el hambre, ya que los árboles frutales también se diversificaron, y estos no pudieron acceder a ellos al no tener rama. Al resto de los simios que tenían menos patrimonio, les correspondía menos fruta de los árboles. Había muchas ramas habitadas por los recién ideados “núcleos familiares”, y la fruta que recibían esos núcleos no era suficiente, así que murieron de astenia provocada por el hambre. Al no poder trabajarlos con la misma intensidad que antes, la mayoría de los árboles murieron, dejando finalmente a Con al cargo de un pírrico árbol frutal, que no tardó en desaparecer con las primeras nieves.

Antes de morir, Con Marx dijo: “¡Maldigo una y mil veces la dichosa “propiedad privada”, el “patrimonio”  y los derechos del que mas tiene! ¿Por qué no seguimos compartiendo todo en común? ¿Por qué?”
El otro clan de simios lo escuchó agazapado entre los húmedos ramajes y los troncos helados por el duro frío invernal mientras lo acechaban para devorarlo en cuanto cayera muerto a la tierra yerma que el mismo labró con sus manos.
SALUD Y REPÚBLICA


Fdo: Josu Ochoa Gonzalez

viernes, 17 de febrero de 2012

La iComodidad

La iComodidad
Los nuevos imperios. Los nuevos señores que se reparten el mundo, caciques que controlan continentes de forma mixta. Vivimos en el feudalismo tecnológico, donde la caída de la red de “blackberry” o un error en los servidores de mensajería de algún servicio online, provoca una ansiedad traducida en pánico a perder la comunicabilidad humana. Los teléfonos inteligentes y multifuncionales, inventos teóricamente diseñados para hacer más cómodas las relaciones humanas aglutinando servicios que acercan a las personas a través de un aparato portátil, han creado a su vez una dependencia a su uso que , debido a esa facilidad y comodidad, en lugar de acercar personas, lo que hace es alargar conversaciones. Banaliza las relaciones humanas, y convierte al sujeto humano en un ser de escasa competencia comunicativa, al menos presencial. Traslada el ámbito social al mínimo común denominador, limitándose el usuario a teclear la amistad, la ira, el odio, el amor, y todas las sensaciones de las que disponemos como seres humanos. El simiesco y supuestamente avanzado ser queda reducido a un vago elemento que carece de una cercanía con sus congéneres. La sociedad se interrelaciona de país en país y las modas van y vienen como las olas empapando a miles de personas que se creen unidas a algo diferente a lo habitual, convirtiendo con el tiempo en habitual a lo supuestamente alternativo. Personas que se creen especiales y no son mas que otros eslabones esclavos de las mismas consignas, que defienden una libertad, pero que han tragado con el mismo detritus pasivista que se les ha inculcado para mantenerlos en silencio y sin moverse. Todo extendido gracias a la civilización red. Los golpes de estado dentro de poco se podrán dar gracias a una aplicación para iPhone o Smartphone, ya que las “revoluciones” ahora se promueven  de esta manera.
Constancia. Militancia. Unión. Causas perdidas. Ahora cualquiera se puede bajar un mitin en un podcast. Se ha perdido la esencia de los colectivos y movimientos que pretendían cambiar la realidad social, acostumbrados a esa comodidad, y parece haber mayor esperanza de cambio en personas de una edad, con todos mis respetos y rindiéndoles pleitesía, avanzada, que deberían ser los que inculquen en los jóvenes una semilla de interés en su entorno y en las formas de adaptarlo.
Neodarwinismo. En contra de la teoría darwinista clásica, que defendía que en la naturaleza el que se adapta es el que evoluciona, la teoría neo darwinista expone que quien adapta su medio a sí mismo es quien evoluciona. La guerra de las especies. Sin embargo los jóvenes eslabones que deberían ser los académicos de un futuro cercano, y padres del nuevo sistema que garantizara el bienestar del ciudadano, viven muy cómodos con su aparataje, previamente adquirido por sus progenitores, sin saber cuanto cuesta conseguirlo. Esa gente recibe un arma. Un móvil inteligente, un poder. Citando una frase de una conocida serie de cómic “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. ¿Desarrollan la responsabilidad quienes han recibido todo por ser quienes son, hijos de sus padres? Solo engendramos y alimentamos seres que se convierten en monstruos sin respeto. Bestias parasitarias que se alimentan de la comodidad y que no tratan de adquirir unos conocimientos y unas competencias, si no que lo único que pretenden es vivir sin responsabilizarse de nada. El sueño español, “Vivir sin trabajar”. Una delicia para casi todos los jóvenes. Y quien tiene la culpa, ¿sus padres? ¿El sistema? ¿La televisión? Todos y ninguno. Ahora es un momento de cambio, y es cuando escasean las ganas, la madurez y la competencia de los ciudadanos. Que vergüenza. ¿Quién se mueve? ¿Quién le pone el cascabel al gato? Muchos, son una banda organizada, uno, es un mártir.
El bienestar del colectivo se comprende como jurisdicción de todos los sujetos del colectivo. Pero, ¿Qué conforma cualquier clase de interés filantrópico y social, si no una visión personal y subjetiva de la manera en la que se debería gestionar cualquier conflicto o bien común? A fin de cuentas, una persona tiende a generalizar su opinión, debido a que está dotado de sentido común, es decir, la creencia de que la ideología o la visión personal es totalmente universalizable y perfectamente prescriptible para el conjunto de la sociedad. Esto se traduce en un individualismo que se gradúa en diferentes niveles, de las esferas más personales, a la manera en la que comprendemos la realidad y el mundo que nos rodea. Ergo, una suma de individualismos e intereses personales da lugar a un  interés común en un colectivo completo.  ¿Y que ocurre cuando dos colectivos se encuentran? Una guerra ideológica. Guerra de intereses y lucha de individualismos. Guerra por adaptar el entorno a sí mismos. Una necesidad que hoy en día no se ve cubierta por los jóvenes que prefieren seguir viviendo y deglutiendo en una comodidad que los condena al borreguismo. Y es que, como en el dicho: “Más vale cerdo satisfecho que Aristóteles frustrado”.

En conclusión, el cambio social solo puede ser propiciado, al parecer, por una situación de imposibilidad del bienestar humano, ya que, por muy mal que pueda volverse la situación, mientras el conjunto de simios viva cómodo no decidirá dejar de posarse sobre su trasero, en lugar de sobre sus piernas como debería, para alzarse y poder ver sobre la televisión y a través de la ventana la cruda situación que se abalanza sobre nosotros si no plantamos cara a una bestia que hemos alimentado, aun a sabiendas de que un día mordería nuestra mano.
SALUD Y REPÚBLICA
Fdo.: Josu Ochoa González